
Sócrates y Adimanto se lanzan a estudiar a fondo el funcionamiento de la polis. Y para ello, empiezan por sus mismos cimientos: la razón que lleva a los hombres a reunirse y constituir ciudades. Convienen en que este resulta un método natural para satisfacer las necesidades mediante el reparto de tareas entre los distintos miembros de la comunidad, pero, ¿qué necesidades hay que cubrir y qué oficios son necesarios para ello?
Cubren en primer lugar lo más básico: alimento, vivenda y vestido. Para ello son necesarios, respectivamente, labradores, albañiles y tejedores. La idea es que las profesiones sean lo más especializadas posible, con vistas a aprovechar las distintas capacidades de los ciudadanos. Surge, por tanto, una segunda categoría de artesanos que procurarán las herramientas a los primeros: carpinteros, herreros y demás. Por último, debido a esta misma especialización, hará falta una tercera categoría que regule el intercambio de bienes, apareciendo los mercaderes, comerciantes y asalariados.
Cuando Sócrates parece darse por satisfecho, Glaucón interviene para protestar. Le parece que la ciudad que han construido, limitándose a cubrir las necesidades básicas de la manera más rudimentaria, tal vez sea adecuada para bestias, pero no para hombres libres. Sócrates accede a admitir en su polis lo que denomina enfermedad del lujo. Conviene señalar que este lujo incluye cosas como la carne o el mobiliario, que a menudo damos por descontado; la polis sana que Platón presenta no deja de tener una austeridad ascética.
Siempre siguiendo el discurso de Sócrates, es en este punto en el que los recursos de la polis dejan de ser suficientes para el autoabastecimiento. Al querer más de lo estrictamente necesario, se ve empujada a crecer a costa de las ciudades vecinas, a la vez que debe defenderse de parecidos ataques por parte de ellas. Se hace necesaria la figura de los militares, guardianes de la polis.
Como los otros oficios, el del guardián debe ser exclusivo y en atención a las cualidades del individuo. Ahora bien, ¿qué cualidades se buscan en un guardián? Además de las físicas –fuerza, velocidad– conviene que sea de temperamento fogoso para hacer la guerra. Pero para que no vuelque esa fogosidad indistintamente sobre propios y ajenos, su educación es un tema capital: ante todo, el guardián debe ser filósofo, amante del saber.