Prólogo I.10—1.24. (336b—354c)
Trasímaco, que ha estado siguiendo la conversación en segundo plano, aprovecha una pausa en el discurso para dar un paso adelante. Lo hace con ímpetu, pues pertenece a la escuela sofista, que tan duras críticas ha recibido de Sócrates durante sus eneñanzas. Los sofistas fueron los primeros en cobrar por enseñar filosofía y a menudo se les acusó de utilizar la retórica en beneficio propio, tergiversando el discurso para adaptarlo a su propio interés (de ahí hemos derivado el término sofisma para referirnos a trampas verbales de apariencia lógica).
Desde luego, la opinión de Trasímaco está en esta línea. Tras atacar la manera de proceder de Sócrates, afirmando que se limita a andarse por las ramas, propone que los justo es siempre lo que conviene a quien tiene el poder. Y está dispuesto a probarlo, rebatiendo los argumentos de Sócrates de que los gobernantes actúan buscando lo que conviene a los gobernados, y que yerran como cualquier otro a la hora de discernir lo más conveniente.
Envalentonado, Trasímaco elabora su tesis de una manera más audaz. La injusticia, que consistiría en obrar en beneficio propio, es más virtuosa y fuerte que la justicia, y al triunfar sobre ella convierte ese beneficio personal del más fuerte en justo para el común de sus súbditos. Estas afirmaciones reciben la crítica de Polemarco y Glaucón, pero no resultan del todo ajenas en una sociedad que conocía a varios tiranos ocupando los tronos de las polis.
Sócrates, armado de paciencia, empieza a desmontar los argumentos del persistente Trasímaco. Que la justicia es la virtud se manifiesta en que el hombre justo no busca triunfar sobre su igual, sino sólo sobre el injusto, como es propio de discretos. Y que la injusticia no puede triunfar se deduce de que necesariamente vuelve a los hombres unos contra otros, debilitándolos para cualquier empeño que se propongan.
Establecido esto, Sócrates llega a convencer a Trasímaco de que la justicia es en verdad lo más deseable, como virtud propia del alma para realizar bien la obra que le es propia, que no es sino la vida entera del hombre. Aun así, falta por resolver una cuestión fundamental: ¿en qué consiste esa justicia?