Como le corresponde por su edad, Polemarco está más interesado en la virtud de la justicia aplicada a las distintas tareas del ciudadano. Sócrates le va guiando para hacerle ver que la verdadera justicia no es algo tan visceral como él tiene en mente.
El punto de partida es la idea intuitiva de que la justicia consiste en hacer bien a los amigos y mal a los enemigos, que Polemarco defiende apoyándose en la máxima de "dar a cada uno lo que le corresponde." Sin embargo, Sócrates le hace ver que esta definición sólo parece aplicable en tiempo de guerra, y ambos coinciden en que la justicia es también provechosa en periodos de paz.
Según Polemarco, la ocupación del hombre justo debe ser custodiar los bienes de los demás mientras estos no están siendo usados, pero Sócrates opina que esta es una tarea bastante inútil. Además, el hombre más apto para custodiar bienes ajenos lo es también para sustraerlos, lo que convertiría al justo en un justiciero.
Volviendo a la definición, Sócrates hace notar a Polemarco lo subjetivo de los términos "amigo" y "enemigo", por lo que éste accede a cambiarlos, proponiendo que el justo debe hacer bien a los justos y mal a los injustos. Pero Sócrates no se contenta con esto: hacer mal a alguien lo vuelve más injusto, por lo que debe ser siempre considerado una injusticia en sí.
Habiendo acotado un poco más el terreno, Sócrates prosigue en búsqueda de una definición de justicia.