
Glaucón no ha quedado del todo satisfecho con lo expuesto en el Prólogo. De acuerdo, la justicia es un bien, pero... ¿no será de esa clase de bienes –como la medicina o la gimnástica– que sólo tienen valor por los frutos que producen, mientras que su ejercicio resulta tedioso e indeseable? Quiere creer que no, que la justicia es un bien por sí mismo además de producir buenos frutos. Pero para que Sócrates le convenza de ello, está dispuesto a hacer de abogado del diablo y adoptar la postura contraria.
El primer argumento que presenta es el de que todos desearíamos actuar injustamente si fuéramos a salir indemnes, pues entonces la injusticia sólo reportaría beneficios, y mayores que los de la justicia. Para ilustrarlo, pone a Sócrates en la tesitura del pastor de la fábula que encuentra un anillo que lo hace invisible, y enseguida lo utiliza en provecho propio. La justicia vendría a ser en este panorama un acuerdo de no agresión, un simple punto de equilibrio entre poder usar largamente de la injusticia y tener que sufrirla en los demás.
Pero la dificultad aún va más lejos. El hombre que sea realmente hábil en cometer la injusticia conseguirá enmascararla bajo una apariencia de honestidad. Con el justo pasará un poco lo contrario: podremos decir que lo es realmente cuando sigue siendo justo sin ningún reconocimiento externo y siendo tenido por un malhechor. Y aunque aún así sea mejor la justicia, de hecho se presenta como muy poco deseable comparada con la vida del injusto enmascarado.
Tras terminar Glaucón su exposición, Adimanto interviene para completarla. Él advierte como argumento importante para practicar la auténtica justicia el gozar del favor de los dioses, que reporta bendiciones en esta vida y en la otra. Sin embargo, si para conocer la actuación de los dioses han de guiarse por sus poemas y tradiciones, encuentran muchos ejemplos de historias en las que los injustos salen bien pagados mientras a los justos les acontece una catástrofe. Y en última instancia, cabría recuperar el favor divino mediante sacrificios y rituales, sin tener que privarse de los beneficios cosechados injustamente.
A todo eso Sócrates responde con gran modestia, confesándose incapaz de salir en defensa del ideal de justicia. Sin embargo, persuadido de que lo haga, propone un método: ya que es más fácil observar los aspectos de un asunto cuanto mayor es su tamaño, ¿por qué no estudiar la justicia en el conjunto de la ciudad, para después por analogía entenderla en el individuo? Se introduce así el tema capital de la obra: la organización de la polis.